El Primer deber de un Profesor de Yoga: No Dañar

Tendría yo unos 27 años y tomaba el que era mi primer taller como alumna en una escuela de yoga. La profesora era nórdica, creo que de Finlandia: blanca como la nieve y de pelo naranja. Ojos penetrantes y azules. Muy dulce ella. Muy joven. Y luego lo supe: con muy poca experiencia. No recuerdo nada del taller. Nada de nada. Solo la apariencia inusual de la veinteañera y el sonido de un músculo cuando se rompe. La postura: supta padangustasana I (aquella en que estando de espaldas al suelo, tomas el dedo gordo del pie y llevas la pierna estirada hacia tu cuerpo). Siempre fui hipermóvil e hiperlaxa. Y yo creo que eso hizo que la vikinga pensara que me esforzaba poco y que podía más. Por eso cuando adiviné su intención al verla acercarse hacia mi, balbuceé en inglés: “please no more”. Y hete aquí que la mujer (que pequeña y frágil no era) me empuja la pierna hacia la cara como si el bjetivo de mi vida hubiese sido tal. Con todo el entusiasmo. Y algo se rompió. Supongo que algún músculo isquiotibial. Y yo lo oí: el mismo sonido de cuando cortas una tela rasgándola. Luego recuerdo que no pude caminar bien. Y así, cogeando y en llanto me tuve que ir a casa. Nunca volví a tener una experiencia traumática como esa. (Tuve peores pero no en el plano físico). Lo que me asombra es como la mente ha borrado los recuerdos anexos al suceso, pero no olvida el sonido ni los colores. Escuchar a tu cuerpo romperse es una experiencia muy desagradable. Pero escuchar como otro rompe tu cuerpo, lo es mucho más aún.
La recuperación fue lenta. Creo que pasaron 5 años hasta que ya no dolió nada. Y lo logré haciendo lo mismo que me había dañado, pero en proporciones mucho menores. Al principio con la pierna flexionada. Y poco a poco estirándola Y acercándola razonablemente. Humildemente. Y así continúe en este proceso de autosanación, hasta que
mi cerebro comprendió que ya no había peligro, y en mi mente se instaló la experiencia y el recuerdo del no dolor. Pero lo más importante que se grabó en todo mi ser el mismo día del desgraciado hecho, fue que el primer deber de un profesor de yoga, y tal vez el más importante, es el de no dañar.